domingo, 29 de abril de 2012

MEJOR SI ES EN EQUIPO


Desde la década de los 70 del siglo XX se cree que la presión de las interacciones sociales pudo propiciar el desarrollo del cerebro, dado que los animales más sociales son también los que tienen un cerebro mayor. Ahora, un equipo de investigadores ha conseguido demostrar por vez primera que esto es cierto. Para hacerlo, utilizaron modelos computacionales de organismos artificiales, con cerebros también artificiales. Estos cerebros comenzaron a desarrollarse y a crecer, a partir de la cooperación entre organismos en el contexto de juegos clásicos, diseñados para reflejar situaciones de la interacción social.


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Los altos niveles de inteligencia de humanos, de otros primates, de ciertos cetáceos y de algunos pájaros siguen siendo un rompecabezas clave para la biología evolutiva, la antropología y la psicología.

En este sentido, durante mucho tiempo, se ha sostenido que las interacciones sociales proporcionaron la presión necesaria para el avance de las habilidades cognitivas. Por ejemplo, la llamada “hipótesis de la inteligencia social” sugiere que las elevadas capacidades cognitivas de algunos primates fueron estimuladas por redes de relaciones sociales mantenidas durante generaciones.

Ahora, un equipo de investigadores del Trinity College Dublin ha conseguido demostrar por vez primera que la evolución de la inteligencia y el aumento del tamaño del cerebro pueden ser potenciados por la cooperación y el trabajo en equipo. Los resultados de su estudio han aparecido publicados en la revista Proceedings of the Royal Society.

Cómo lo hicieron

La demostración se hizo de la siguiente forma. El estudiante de doctorado Luke McNally y el profesor Andrew Jackson, ambos del Trinity College Dublin, en colaboración con Sam Brown, de la Universidad de Edimburgo, desarrollaron modelos computacionales de organismos artificiales, dotados con cerebros también artificiales.

Estos organismos jugaron unos con otros a juegos clásicos creados para reflejar situaciones de la interacción social, como el “dilema del prisionero”, un problema fundamental de la teoría de juegos.

Según publica el Trinity College Dublin en un comunicado, en la simulación, los científicos usaron 50 cerebros simples (modelos de redes neuronales), cada uno de ellos con hasta 10 procesadores internos y 10 nodos de memoria asociados.

Los juegos fueron considerados como una competición y, de la misma forma que en la vida real se favorece a los individuos exitosos, los mejores de estos organismos digitales (definidos por sus puntuaciones en los juegos) fueron castigados en menor medida, por el tamaño de sus cerebros, y se les permitió reproducirse y aumentar la siguiente generación de organismos.


De este modo, permitiendo a los cerebros de los organismos digitales evolucionar libremente en sus modelos computacionales, los investigadores pudieron demostrar que la transición a una sociedad cooperativa propicia una selección más potente de los cerebros mayores.

Además, los cerebros más grandes, esencialmente, desempeñaron mejor sus funciones a medida que se incrementaba la cooperación.

Según escriben los científicos en Proceedings of the Royal Society, el modelo de red neuronal artificial permitió demostrar “que la selección de decisiones eficientes en los dilemas cooperativos puede ser una fuente de presión para que se desarrollen habilidades cognitivas mayores”.

Y añaden: “Los organismos digitales comenzaron a evolucionar hacia cerebros más complejos cuando sus sociedades empezaron a desarrollar la cooperación”.

Entonces emergieron espontáneamente estrategias sociales de los cerebros más grandes y más inteligentes, que desarrollaron una memoria compleja y una mayor capacidad de toma de decisiones en el proceso de los juegos.

Inteligencia artificial para comprender nuestros orígenes

La idea de que las interacciones sociales subyacen a la evolución de la inteligencia existe desde mediados de los años 70 del siglo XX, respaldada por el hecho de que los cerebros más grandes son los de los animales más sociales.

Pero la presente investigación proporciona la primera evidencia de la existencia de una relación entre las interacciones sociales y la evolución de la inteligencia.

El estudio señala, asimismo, la utilidad de los modelos evolutivos de inteligencia artificial para dar respuesta a cuestiones biológicas fundamentales sobre nuestros propios orígenes.

Esto es posible porque dichos modelos combinan los conceptos teóricos sobre evolución con redes neuronales artificiales, con el fin de probar que existe una verdadera relación causa-efecto entre ambos factores.

Gracias a ellos, se ha podido explicar el “extraordinario nivel de inteligencia que define al género humano y lo diferencia del resto de organismos del reino animal”, afirma Luke McNally, una inteligencia “que nos ha permitido desarrollar las artes, la ciencia y el lenguaje”. 
 
 

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